Por los predios de El Roble, Sanare, Curarigua y El Jabón, en el estado Lara, es posible tropezarse a las doce de la noche del 2 de noviembre, el Día de los Muertos, con un peculiar cortejo fúnebre, El Rosario de las Ánimas. Esta tradición se acompaña con rezos, cantos y muchas velas.
Un grupo compuesto sólo por hombres ha salido de la iglesia del pueblo y marcha camino al cementerio local rezando un rosario que a lo lejos se escucha como una misteriosa melodía. Adelante marcha un hombre solo que lleva entre sus manos un crucifijo y una capa cubriéndole los hombros.
Se trata de El Gritón, ánima sola Unos cien metros más atrás viene el resto del grupo caminando envuelto en una nube de luz creada por las velas que portan protegidas por vástagos de cambur.
Son los rezanderos. Uno de ellos lleva consigo una escardilla que hace sonar con un hierro, a manera de campana, cada vez que un nuevo misterio del rosario está por comenzar.
Es la señal para que entre en escena El Gritón, quien agrieta el silencio seco de la medianoche cantando en voz alta, con un tono agudo y lastimero, peculiar de las salves y los golpes larenses, una oración en la que le pide a quienes lo escuchan.
“¡Hagan bien por las ánimas del purgatorio”.
Un avemaría y un padrenuestro por el amor de Dios! entonces, los rezanderos, en el mismo tono grave y religioso, responden en coro:¡Aaaaaaaaméeeeeeen!
El ritual, uno de los más peculiares entre tantas tradiciones venezolanas asociadas a la muerte, aún se conserva en estas zonas imponiendo respeto y temor.
Se le conoce como el Rosario de Ánimas y se realiza con el propósito de encaminar a las ánimas para que no se extravíen en su viaje al más allá. |