El novenario, el rezo del rosario por el alma del difunto durante las nueves noches siguientes al día de su entierro, continúa siendo el ritual más generalizado entre los católicos venezolanos.
En las ciudades y pueblos de menor población, donde la mayoría de la gente sigue viviendo en casas, el novenario se realiza en el hogar, es un motivo de encuentro y visita que, en algunos casos, especialmente la última noche, cuando se rezan nueve rosarios, incluye además del cafecito y las galletas que se suele ofrecer los días anteriores, algunas rondas de ron o cualquier otra bebida espirituosa que ayuda a aligerar las penas y, en algunos casos, convierte en medido jolgorio el recuerdo de quien se fue.
Una mujer, generalmente de la familia y muy allegada, dirige el rosario y todos los demás le responden en coro. Sin embargo, en algunas zonas se mantiene la costumbre de contratar una rezandera o un rezandero “profesional” que le imprimen más dramatismo y entusiasmo a las oraciones, e incluyen en sus rezos peculiares versificaciones que remiten al español antiguo.
Algunos elementos han sobrevivido de esta tradición con fuerte peso rural. Entre ellos destaca la realización del altar alrededor del cual se realiza los rezos. En él se incluyen flores, velas encendidas, figuras de santos, objetos que pertenecían al difunto y en el lugar central su fotografía envuelta por un lazo o cinta negra.
El último día, se colocan nueve velas que se van apagando con una flor conforme termina cada rezo para llevar bien la cuenta.
Situaciones difíciles, la de encenderles velas a sus retratos, sentarse a conversar con ellos en su tumba, cuando han muerto por accidentes de tránsito construirle pequeñas capillas en el lugar donde ocurrió, o en los casos más extremos, intentar comunicarse con su espíritu a través de un médium especializado en los oficios del más allá o el mecanismo, cada vez más frecuente, de elevarles sin referencia alguna a la jerarquía católica- a la categoría de ánimas o de santos populares para invocarles favores. |
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